La lluvia caía de manera despiadada, ni siquiera habíamos ingresado al festival y ya parecía que habíamos saltado a una alberca, pero con la ropa puesta. Cuando por fin pudimos entrar se habían suspendido las presentaciones, una hora después el sol salió y no volvió a llover más en el día, no sería necesario, la falta de un drenaje adecuado y el tipo de piso convirtieron casi todas las zonas del festival en un gran charco y lo que no era agua, era lodo.
Vimos varias presentaciones intentando salvar el frío, tiritando cuando eran cosas tranquilas o brincando cuando así lo ameritaba. Al final de una de esas presentaciones tres chicos estaban intentando ponchar un churro, quizá el frío no les permitía hacerlo correctamente, así que L* los vio y se ofreció a ayudarlos, se quitó su arete y con toda una delicadeza experta, terminó de armar el toque. En agradecimiento nos convidaron todo lo que pudimos aguantar y comenzamos un nuevo viaje.
Mientras caminábamos hacia la zona principal y escuchábamos a cierta distancia a Damon Albarn, se acercó una pareja a nosotros, ambos se veían felices de estar ahí, fue tan natural su manera de abordarnos que jamás creímos lo que pasaría más adelante.
Él, Ro* (para distinguirlo de R* en esta relación) era alto y de tez blanca, con ojos coquetos, hablaba con muchísima seguridad y nos dijo: “¿Qué toman? ¿Quieren otra cerveza?” y sin chistar llamó a los vendedores ambulantes para que nos dejara nuevas bebidas a los cuatro (creo que repitió el rito como 4 veces más). Ella, C*, era de tez morena y tenía muchísima energía y ánimo para como estaba el clima, se movía con gracia o cierta coquetería para decir cada palabra y comenzó a preguntar: “¿Han disfrutado el festival? ¿Habían venido antes, han ido a otros festivales? ¿Qué es lo que más quieren ver?”.
En medio de nuestra extrañeza por tanta calidez, empezamos a contestar con sinceridad que salvo la lluvia y el frío, todo había sido magnífico. Brindamos por estar ahí, disfrutando de la música, por habernos encontrado sin siquiera conocernos y empezamos a hacer planes como una salida futura, incluso intercambiamos teléfonos con menos de 5 minutos de charla. Nos invitaron al departamento de C*, nunca nos confirmaron si eran “novios”, más bien, entendimos que eran amigos que se divertían sin etiquetas.
Parecía que todo iba por buen camino, en algún momento L* y yo nos volteamos a ver, como preguntando si es que C* se sentía atraída y estaba coqueteando con ella. En medio del set de HAIM y cuando las cervezas ya se habían instalado en nuestros cuerpos, C* de la nada, se lanza a los labios de L*, quién por primera vez en su vida era besada por una chica de esa manera. A mi me pareció como si el deseo de L* hubiera estado contenido, oculto, pero listo para salir, con una naturalidad increíble le devolvió el beso y no solo eso, sino que subió de intensidad. Por un momento parecía un partido de tenis, una de ellas lanzaba una ofensiva y la otra contestaba con la misma intensidad.
R* y Ro* se preguntaban qué había pasado, cómo se había llegado con tanta naturalidad a un beso así de apasionado de dos chicas extrañas apenas unos minutos antes pero el espectáculo era demasiado bueno como para quejarse. El beso se extendía y se extendía en tiempo y se incrementaba e incrementaba en intensidad, las manos acompañaron a los labios y comenzaba lo que los clásicos llamarían, un buen “faje”.
La gente alrededor de los cuatro, empezaba a abrirse, para darnos cierto espacio, pero también para poder disfrutar de manera voyeurista de un beso entre dos chicas guapas. Un asistente me preguntó: “¿Oye es tu novia?” Y le contesté: “No, es mi esposa”, luego insistió con otra pregunta: “¿Y qué sientes que la esté besando así?”, a lo que de inmediato contesté: “¡Me encanta, me prende muchísimo que lo esté haciendo!”.
En algún momento, C* y L* bajaron de esa nube de ensueño de su beso y se dieron cuenta que teníamos la mirada puesta en ellas y que nos habían hecho inmensamente felices. De repente, todo indicaba que ese era solo el inicio. Ro* volteó a verme y dijo: “¿Podría besar yo a L*? a lo que contesté lo que siempre contestó desde ese momento y hasta hoy que nos identificamos como SWINGERS: “Pregúntale a ella, no soy su dueño”.
Sin más preámbulo, Ro* también se abalanzó sobre L*, mientras que C* y yo nos dimos cuenta que podríamos jugar el mismo juego. Hubo un intercambio de rostros, labios y lenguas sin planearlo y además en público que seguramente debe haber desconcertado a muchísimos asistentes, o, por el contrario, los excitó. Cada una de las nuevas parejas formadas se besaba con intensidad y ocupaba sus manos de la mejor manera posible, si había algún respiro era para voltear a ver al acompañante inicial e indicar con la mirada que la estábamos pasando de maravilla.
En algún momento, L* y yo nos acercábamos al oído y compartíamos impresiones sobre la forma de besar de nuestros nuevos “amigos”, como si quisiéramos corroborar que eran otros los besos que recibíamos. De pronto los besos dejaron de ser de 2 y comenzaron a ser de 3 participantes, nos turnábamos para hacer con C* y L* una increíble trinidad de deseo y lujuria. Cuando alguno de los dos hombres no estaba pegado a los labios de las chicas, comenzaba a danzar por el cuerpo de alguna de ellas, los botones de la blusa de C* empezaron a dejar de encerrar sus senos, las manos de Ro* se colocaban por debajo de la playera de L* para acariciar sus pezones, la mano derecha de R* empujaba el cierre y el botón del short de mezclilla de C* viendo que tanta resistencia tendría la tela y corroborando si habría humedad ahí debajo.
El mundo había desaparecido alrededor de nosotros, estuvimos algunos minutos así, jamás supimos si alguien sacó un celular y nos grabó. La intensidad iba creciendo y creciendo, parecía una coreografía pre-planeada y cada partícipe sabía que hacer. El show en el escenario principal seguía cautivando a todos, pero para un grupo de personas nosotros nos habíamos convertido en el espectáculo que acompañaba la música.
De repente surgió un atisbo de cordura, o quizá era la calentura dando instrucciones y Ro* dijo: “Vayamos a otro lado, para terminar esto”, nos hubiera encantado, pero faltaba el cierre del festival. Posiblemente el frío, los zapatos llenos de lodo, la ropa completamente mojada hicieron que C* se sintiera un poco mal y resbaló llevando a L* al piso con ella, pronto nos dimos cuenta que aquella noche no continuaríamos con esa aventura, además de pensar en encontrar en ese momento un hotel incluyente que permitiera a cuatro locos llenos de lodo entrar a coger en una sola habitación.
La chispa que había iniciado un incendio con tanta rapidez dio paso a un bajón necesario. L* y yo nos concentramos en sobrevivir para ver el final del festival, pero dentro de nosotros sabíamos que justo lo que acabábamos de experimentar era apenas el primer paso en una aventura que queríamos emprender.
Recuerden que intercambiamos teléfonos.


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